lunes, 25 de abril de 2011

Crónica primera.

Tras haber recopilado todos esos textos, y tras haberles dotado de cierto sentido, los introduje en un pequeño cofrecito que mi señor me había otorgado con ese fin.

Me dirigí hacia el lugar de encuentro, situado a 2 días de camino desde la puerta de la biblioteca y poco a poco fui olvidando lo tedioso de la situación, era un bonito día de verano, la hierba era de un color verde esmeralda muy habitual en esta zona y en esta época del año, el ruido de muchos de los animales de la zona denotaba que había llegado su momento para aparearse y al poco la noche me asaltó casi sin darme cuenta a orillas de un pequeño arroyo, tras pernoctar sin nada que alterase mi descanso proseguí a la mañana siguiente.

Durante el camino me crucé con varios caminantes que amablemente me saludaron, mientras yo pensaba que si descubrían el valor de lo que portaba posiblemente me rajaran la garganta allí mismo.Tras este día vino otro más, más aburrido y agotador si cabe... mis pies comenzaron a mostrar las primeras ampollas y es que por mucho que hubiera viajado mi cuerpo no era precisamente el de un aventurero además de que tras más de tres meses en una biblioteca uno pierde la poca forma física que le quede...

Me encontraba inmerso en estas divagaciones cuando al fin vi el desvío que me llevaría al lugar de entrega, un sendero apenas perceptible si no se busca a conciencia y que se introducía en un bosque bastante denso, sin mayor dilación lo seguí dispuesto a terminar ya con lo que se había convertido en mi rutina los últimos meses, y así tras un par de horas de caminata y he de reconocerlo de haberme perdido unas tres veces, lo encontré, una gruta en una montaña dentro del propio bosque, parecía estar deshabitada de no ser por el olorcillo a guiso que emanaba de su interior, entonces grité:

¿Hay alguien ahí?,solo silencio y nada más...

Me introduje un poco más en la gruta para ver mejor su interior, allí hacía más frío de lo normal en esa época del año, así que me embocé bien y avance con cautela, y en ese momento como salido de ninguna parte apareció ante mi una extraña figura, vestía ropajes negros, ajados por un uso constante, su cara se escondía bajo una capucha y de sus manos solo se veían unos delgados dedos; cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra pude ver un caldero borboteante en el fuego, un catre y una gran guadaña apoyada sobre la pared, no había dudas, era mi señor, era la muerte...

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